En diciembre del 2014, escribimos un post a 14 manos sobre las mejores aperturas de aquel año en Barcelona (votamos los siete gastronomistas de la ciudad). Y el restaurante Ají apareció en la lista con todo el merecimiento. Un merecimiento que a día de hoy puede adjetivarse de indiscutible, porque es uno de los mejores peruanos de la ciudad. Ahora viene con una novedad que potencia su atractivo: una terraza.

Una terraza tranquila, elegante y adornada con unas fuentes que por las noches se convierten en mágicas, pues se mueven y cambian de color al ritmo de la música. Es un espacio que comparte con La Terraza del Casino, de Casino Barcelona, donde tomar un cóctel en un lugar tranquilo, a refugio de la marcha que hay en la zona del puerto olímpico.

Sí, amigos, pienso en buenos peruanos en Barcelona y no recuerdo un rincón nikkei así en toda la ciudad. Y parte del suelo es de vidrio, de modo que se ve el agua sobre la que se levanta la terraza. Un detalle que me chifla.

La terraza estará abierta todo el año, porque de las láminas de madera del techo cuelgan calefactores, además de ventiladores por si aprieta mucho el calor, cosa que en este lugar es complicado porque tiene al lado el estanque y un techo que deja pasar el aire.

La carta sigue siendo igual de adictiva (soy fan de Ají y he ido ya varias veces) pero en esta ocasión opté por un menú especial creado con motivo del European Poker Tour y que acaba el 27 de agosto: cuesta 25 euros e incluye cuatro entrantes, un segundo a elegir entre cuatro platos, postre y bebida o café. También se puede pedir el menú de 19,60 euros que está disponible todo el año de lunes a viernes al mediodía: un primero, un segundo y postre, bebida o café.

Así fue el menú del European Poker Tour.

Nigiri, maki y sushimi
El nigiri era de salmón con cebolla y vieiras, el maki era un vegetariano con alioli de rocoto (un pimiento picante) que me encantó por lo equilibrado de su sabor, y el sashimi de salmón con un toque de soja era un corte de gran calidad, fresco y meloso.

Ceviche
El cuarto entrante del menú era un ceviche especial. De atún, en leche de tigre de maracuyá, además de llevar cebolla criolla y maíz choclo (grande, blanco y tierno). Es especial por exótico. El maracuyá aporta una acidez tropical que te hace sudar la cara de placer.

Anticucho
De segundo, anticucho de calamar y pulpo pasado por la brasa, lo que impregna las piezas espectacularmente tiernas con un recuerdo ahumado

Tres leches de matcha
Una tarta elaborada con tres leches y acompañada de té verde y una bola de helado de lima.

Ají

Calle Marina, 19-21. Barcelona.
Teléfono: 93 511 97 67.
Horario: de martes a sábado, de 13.00 a 15.30h de 21.00 a 23.30 horas.
Precio medio: 35 euros (hay menú de mediodía por 19,60 euros).

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Septiembre es sinónimo de depresión para muchos pero hay excepciones. Por ejemplo, para los padres trabajadores, que recibimos gozosos la vuelta del cole; para Earth, Wind & Fire, que tienen un temazo dedicado a este mes o para los mexicanos que celebran su fiesta nacional el día 15.

Como sabemos que lo de viajar a México puede resultar poco factible, os traemos una alternativa para sentiros como si estuvierais en el país americano sin salir de Madrid. Tepic es uno de esos restaurantes que forman parte de las apuestas seguras de la capital: tienes amigos hablándote estupendamente del restaurante, pero nunca te has acercado a conocerlo… hasta ahora.

Lo primero que llama la atención de Tepic es que no es un restaurante mexicano al uso: nada de murales folklóricos en las paredes ni rancheras sonando. Maderas claras, toques en azul celeste y minimalismo para arropar la cocina seductora del chef Ángel Rodríguez. Cualquier plato de la carta resulta notable, pero vamos a centrarnos en lo que probamos. Estaba muy bueno el aguachile de camarón, la versión mex del ceviche peruano con puré de boniato con almíbar de naranja, cancha y leche de tigre y las quesadillas de huitlacoche, de tamaño pequeño y alargado, también son bastante resultonas. La ensalada de nopales con cortezas resulta también diferente y sabrosa, una propuesta diferente para cuando no queremos tomar guacamole o algún otro de los entrantes más clásicos.

Finalmente, los tacos. Las tortillas estaban buenísimas y eran tanto de maíz como de trigo, reflejando la variedad que existe en el propio México. Las recetas para rellenarlos son variadas. Probamos los del pastor, especialidad de la casa, que se presentan con cebolla, cilantro y piña, dando lugar a una conjunción de sabores muy interesante. Se acompañan de frijoles negros. Durante toda la comida disfrutamos de las distintas salsas, que van de menor a mayor potencia.

Merece la pena destacar el trabajo de sala, con Misael pendiente en todo momento de las necesidades del comensal o la propuesta de coctelería con tragos tan seductores como la paloma, a base de tequila, jugo de limón verde natural y refresco de limón.

Ahora, coincidiendo con el mes de celebración en México, ofrecen un menú con lo mejor de la gastronomía azteca. Por 38,50 por comensal, tenemos hasta seis entrantes, desde los panuchos yucatecos al guacamole y un plato principal a elegir entre los chiles en nogada o la pechuga de pollo en salsa de mole verde. Postres como crepas o buñuelos, bebidas y hasta café de olla incluido. Todo esto con mariachis live. Gritémoslo bien fuerte: ¡Viva México, cabrones!

Tepic. Ayala, 14. Teléfono: 91 522 08 50. De lunes a domingo, de 13.00 a 01.15. Hasta las 02.15 en viernes y sábado.

Banda sonora. Julieta Venegas – Tu calor.

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¿Comerías tetas de cerda? ¿Te atreverías a probar el garum romano (esa salsa a base de pescado fermentado)? ¿Sabes cómo se hacía la crema catalana hace unos siglos? El chef Albert Raurich, estrella Michelin por sus innovadoras tapas asiáticas de dos palillos, mira a la cocina de nuestros orígenes en su nuevo dos pebrots, un restaurante lleno de rarezas y curiosidades que gustará a los paladares más inquietos, ahuyentará a los conservadores y dejará ojipláticos a todos (especialmente cuando te sirve las tetillas Maldonado encima de una escultura porcina y junto a una taza de café estilo María Antonieta con consomé de jamón).

Ubicado en pleno Raval, muy cerca del dos palillos, el dos pebrots toca la fibra a los nostálgicos solo entrar: ha tomado el relevo del emblemático Bar Raval, el de Pepe Rubianes, ese que tan buenas noches nos hiciera pasar en un ambiente bohemio, artístico y lleno de humo. “Qué malo es el alcohol”, confiesa Albert Raurich cuando cuenta divertido cómo se dejó liar una noche por Rafel, uno de los socios del bar. Así acabó comprando el local y, tras un buen lavado de cara, acaba de abrir las puertas de este peculiar proyecto.

El chef ex-elBulli está colaborando en la Bullipedia y eso ha marcado el rumbo de su nuevo restaurante. Tras leer y releer un buen puñado de libros históricos de cocina, Raurich empezó a plantearse cosas: ¿por qué elaboraciones tradicionales de una época se perdieron con el tiempo y no nos han llegado? ¿Por qué ya no comemos las tetas del cerdo si antes eran una exquisitez? ¿Por qué no nos ha llegado el garum? La intención del dos pebrots es recuperar recetas antiguas -mezcladas con otras más contemporáneas- y trabajar elaboraciones como las fermentaciones, los curados, los encurtidos, las salazones… en forma de tapas y platos para compartir.

La experiencia al probar los platos de dos pebrots fue desconcertante por esa mezcla de sabores raros, potentes, explosivos, deliciosos, con sabor a Historia con mayúsculas: el xarap con el que los árabes daban la bienvenida a sus invitados (a base de frutas y flores aquí empapados en alcohol); la tabla de pescados curados y en salazón; el salpicón -que ojo, aquí se hace como en su origen, con carne-; verduras napolitanas sott’ ollio (los fenicios las conservaban así, las preparan lámina a lámina y riquísimas); una especie de trilogía a base de cebolla con garum, pimiento escalivado y patata al caliu; pencas (de acelga y cocidas en caldo de jamón ibérico); tortillas unilaterales -o sea que los ingredientes se ponen encima del huevo- y que te hacen en directo en la mesa (un poco de show siempre está bien y la que probamos, con piñones, miel y garum estaba bien buena); las citadas tetas porcinas (pedir si no tienes manías y te gustan los pies de cerdo, son gelatinosas no, lo siguiente); y unas excelentes pochas con almejas. De postre: flan de pimienta roja y peras al vino al estilo romano. Todo tan curioso como suena.

El otro gran qué de dos pebrots es la integración: aquí los camareros también cocinan y los cocineros también sirven. La cocina trata de eliminar fronteras con el comedor, sobre todo en el piso de arriba, donde una gran mesa comunal se instala en plena zona de trabajo y los cocineros/camareros te preparan los platos al lado. Ah, y la carta de vino, que nos encantó al ser súper visual: según te guste ligero, con medio cuerpo o con cuerpo te va guiando por otras características -vibrante, fruta y flor, laminero, armonioso, amable…- hasta llevarte a tus marcas de vinos idóneas.

Conclusión: dos pebrots no es un restaurante fácil, no es para grandes masas, pero sí es valioso en su concepto, en lo novedoso y en lo peculiar de su planteamiento.

Fotografías: Lluís Català.

dos pebrots

Doctor Dou, 19. Barcelona

Tel. 93 853 95 98

Precio medio: 40/45 €

Horario: de 13 a 23 horas de miércoles a domingo.

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La zona alta de Barcelona no es lo que se dice la alegría de la huerta. En Las Tres Torres, uno de los distritos de la ciudad con mayor renta per cápita, en el barrio Sarrià-Sant Gervasi, hay mucha casa bonita y rincones agradables, pero pocos sitios recomendables a los ir a cenar o a tomar una copa. Un empresario hostelero que vive allí, Guillermo Barri, acaba de abrir un local con el objetivo de convertirse en nuevo punto de encuentro en la zona. Y lo está consiguiendo: Bar Ri, nuevo epicentro del tapeo rico en Las Tres Torres, lo está petando desde el primer día.

La fórmula del Bar Ri es una apuesta casi segura: tapas y platillos, bocatas y hamburguesas, horario non-stop del desayuno a las copas, una excelente relación calidad-precio que deja el ticket medio a unos 20 €, trato cercano y una decoración cuidada y acogedora con una estupenda terraza abierta todo el año en la tranquila Plaza Joaquim Pena.

Guillermo Barri tiene en toda España, menos en Madrid, la exclusiva de la franquicia Sushi Shop, pero llevaba mucho tiempo queriendo montar algo así, nada sofisticado, con cocina cien por cien casera, honesta y buena y a precios razonables para que la gente repita. Estuvo años para conseguir el traspaso de un local mítico venido a menos, el Bang Bang, y tras conseguirlo fichó al chef Alejandro Loaiza (Celler de Can Roca, Spoonik, Alkimia…). La intención de Guillermo es seguir abriendo locales en los diferentes barrios de Barcelona bajo la misma filosofía.

En la carta se mezclan clásicos de la cocina española -y gaditana, que se nota que el chef es de allí- con algún toque internacional y algún que otro personal del cocinero. Dos de los hits: la ensaladilla rusa (sirven ocho kilos al día; 4,90 € la ración) y los saquitos de brie trufado (4,95 €).

Otros aciertos: las bravas (con la patata en gajos con su piel y los ajos asados antes de hacer el alioli para que no repita; 3,90 €), las croquetas de trompetas de la muerte (crujientes por fuera, cremosas por dentro; 1,30 €/ud.), cazón adobado (ese toque gaditano en una de las tapas del día, con un rebozado ligero), el salmón soasado (acabado con soplete en directo en la mesa y con lecho de guacamole y gelatina de cilantro y piñones; 8,50 €), el rabo de toro (deshuesado, con la carne tiernísima; 9,95 €) y, de postre, lemon pie (ni muy ácida ni muy dulce; 4,90 €) y el milhojas de ganache con chocolate (con pasta wan tun; 4,90 €).

Bar Ri, cuenta además con un privado para un máximo de 20 personas, al que llaman “La Biblioteca” por estar forrado con papel pintado de libros. Pueden hacer menús basados en la carta a precios que oscilan entre los 35 y los 45 € o menús más gastronómicos.

Bar Ri

Plaza Joaquim Pena, 4.

Tel. 93 205 78 56.

Precio medio: 20 €. Brunch fin de semana: unos 12 €.

Horario: abierto todos los días de 9 a 24 horas de domingo a miércoles y de 9 a 3 de la madrugada los jueves, viernes y sábados.

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Si un restaurante se llama Solomillo, puedes pensar que te ofrecerán varios platos de solomillo, pero varios más de carne de cualquier otro tipo. Pero en este caso, el restaurante Solomillo se llama así porque solo ofrece carne de solomillo. Así que podría llamarse Solo solomillo, pero quizá comercialmente no funcionaría. No sé. La cuestión es que el hotel Alexandra ha apostado por este corte de carne hasta el punto de que en la carta solo hay espacio para las guarniciones, unas pocas ensaladas… y ya.

Estuve hace unos años, en el 2012, en una comida de trabajo en el hotel Alexandra. No diré que comí mal, en absoluto. El restaurante se llamaba Da Luca, ofrecía una carta italiana y mediterránea, y tenía como gancho un menú por 22,5 euros cualquier día del año, ya fuera mediodía o noche. Pero desde este verano ha cambiado el plan.

Y el plan, ideado por Enrique Valenti (ha estado o está en Casa Paloma, Chez Cocó, Bar Bas, Marea Alta) es: abajo, a pie de calle, una barra llamada La Charcutería, con una veintena de quesos y todo tipo de embutidos artesanales de máxima calidad pero poco conocidos comercialmente (con la excepción de Joselito) donde picar y beber algo. Y arriba, el restaurante Solomillo, inspirado en las brasseries, pero monoproducto. Solo solomillo, uno de los cortes de carne más nobles.

Encima se puede pedir el peso que uno quiera. ¿Te apetecen 217 gramos? Pues te los sirven. Por eso la carta sale el precio del kilo. Ah, y el punto de cocción lo señalas en la casilla correspondiente que hay en el mantel. Una coña útil.

Probé tres piezas distintas, con diferentes razas y maduraciones, y las tres me sorprendieron por la melosidad. Era cortar con el cuchillo y tener la sensación de que aquello era mantequilla. Y el sabor estaba a la altura de lo que imaginaba cuando acabé de pasar el acero por cada pieza.

Para abrir boca, comencé con una sensacional cecina de León y un buen chorizo de La Seu d’Urgell que salieron de La Charcutería y que el cliente puede pedir que le suban al restaurante Solomillo.

La carne que más me gustó fue la de Salers, por diferente a las que suelo probar. Es una ternera lechal de dos meses con poco gusto a carne. Dicen que es ideal para quienes no son muy carnívoros. Como guarnición, salió de la cocina con puré de patata. tomate de Barbastro (poco queda de temporada para catar joyitas como esta) y salsa bearnesa.

La segunda carne de la tarde pertenecía a una vaca frisona centroeuropea, con 30 días de maduración. Más gusto, más potencia. también era tierna, pero a la vez de sabor previsible porque es una raza habitual en restaurantes que sirven carnes de nivel. Venía con zanahoria con comino, tirabeques salteados con jengibre (maravillosa clorofila al dente) y una muy suave y elegante salsa de mostaza.

La tercera y última fue una rubia gallega de unos siete y ocho años. Madurada durante 90 días, con un sabor tan intenso que no necesitaba nada como acompañamiento, aunque disfruté de unos piquillos al pil pil espectaculares y un gratén de patata. Melosa y jugosa.

Para rematar la visita al restaurante Solomillo, varios quesos que acompañé con miel de acacia con trufa, mermelada de pera y relish de aceituna kalamata con almendras e higos. Y luego, pasé a tomar el café en la terracita que me da la sensación de que pocos conocen, y que es motivo de otro post.

Solomillo

Calle Mallorca, 251. Barcelona.
Teléfono: 93 467 77 55.
Horarios: lunes y martes, de 13.00 a 15.30 horas; de miércoles a sábados, de 13.00 a 15.30 y de 20.00 a 23.00 horas.
Precio medio: 40-50 euros (15-20 euros en La Charcutería).

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Hay domingos en los que el cuerpo de pide ponerte el chándal y bajar a primera hora a comprar el periódico. O una paella de las de tu madre. O hacer el perro en el sofá durante todo el día. Hay domingos en los que estás de resaca y sólo quieres grasas saturadas y que te hablen bajito. Y otros domingos, ay esos domingos, en los que el cuerpo te pide un ‘brunch’ con de todo, combinar alimentos sin ningún tipo de sentido, que te lo den todo hecho y, si puede ser, sin tener que interactuar demasiado con nadie que no sea tu acompañante. Y tal vez eso también te dé pereza.

Cuando nos encontremos en uno de esos domingos –¿tal vez hoy?– una buena opción es dirigirnos al hotel Catalonia Passeig de Gràcia, ocupar mesa en su restaurante Les Delícies y deleitarnos con un señor ‘brunch’ que consiste, ni más ni menos, que en un bufet libre con absolutamente de todo, desde refrescos a vinos (ojo con la barra libre de vinos, tú que tal vez vengas de un sábado noche glorioso), quesos, tortilla, quiches,  embutidos, frutas, smoothies, ensaladas, yogures, panes, cereales, bocadillos, bagels, huevos a nuestro gusto, carnes, pasta…

Se trata de levantarse con hambre, apostarse en Les Delícies y empezar, pongamos por caso, con un café con leche y tostadas, para seguir con una ensalada acompañada de zumo y acabar tomándonos una copa de vino con cereales, justo antes de acompañar unos Benedict con Coca-Cola (aunque si el cuerpo nos pide huevos, nuestra recomendación es probar los huevos fritos con foie, deliciosos).

En resumen, una oferta sencilla y completa, sin sorpresas, en un lugar donde nadie va a descubrir la sopa de ajo pero ni falta que hace, con ingredientes de calidad, platos bien elaborados y, sobre todo, con mucho para elegir, desde la zona de fríos, con diversas ensaladas y otras opciones, o la de calientes, en las que la oferta va cambiando pero siempre nos encontraremos las reglamentarias salchichas y, claro, su correspondiente bacon.

El espacio es sobrio y elegante, muy de hotel, agradable y tranquilo. ¿Una recomendación? Mejor dos.  Id con hambre, pues tendréis ganas de probarlo todo. Y cuando llegue la hora de elegir plato principal, nuestra recomendación es escoger diferentes y poder compartirlos con nuestros acompañantes.

Les Delícies
Hotel Catalonia Passeig de Gràcia.
Gran Via de les Corts Catalanes, 644.
Tel. 93 270 27 35

Horario: domingos, de 12.30 a 16 h. Precio: 29 € / 22 € (niños de 10 a 14 años) / 16 € (niños de hasta 9 años).

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Hace justo un año, aterrizaba en Tokio. La llegada fue intensa ya que, tras dos días de viaje con escalas varias, dimos vueltas para encontrar nuestro albergue en aquella ciudad gigantesca bajo un calor sofocante y, en vez de descansar, nos propusimos emprender una larga pateada con la compañía de un jet lag de caballo. Muy mala idea.

Para rematar, nos acostamos tarde y, al día siguiente, nos levantarnos a las 2 de la madrugada para asistir a la subasta de atunes en el mercado de Tsukiji, que, por cierto, estaba completa. Nos quedamos sin asistir a este acontecimiento y, en vez de regresar a nuestro hotel para descansar, nos dio por deambular por las calles de Tokio de noche y tomar un café hasta el despertar de la ciudad.

Entonces, seguimos con la visita turística durante todo el día y, al final de la tarde, como si fuéramos muertos vivientes, hacía rato que habíamos dejado de hablarnos y nos contentábamos con aguantar de pie y quejarnos de que queríamos cenar. Unos querían ir allí, otros allá, no había manera de ponerse de acuerdo. Pero decidimos escuchar una recomendación. Tras callejear un poco más, llegamos a este restaurante tan sorprendente y escondido, como maravilloso. Tras atravesar una galería de arte, en un pequeño comedor tomamos asiento en una mesa con una placa de cocción en el centro donde probamos, por primera vez en nuestras vidas, unos okonomiyakis. Y entonces nuestras caras cambiaron, resucitamos y nos sentimos muy felices por lo que habíamos aguantado de más aquel día. Valió la pena el sufrimiento.

¿Qué es un okonomiyaki? Consiste en una masa a base de harina, col, huevo y otros ingredientes al gusto como cebolla, carne, calamar, camarones o queso, entre otros. Una vez cocinada la masa a la plancha, el okonomiyaki se recubre con mayonesa y salsas aonori y katsuobushi.

Desde entonces, se nos quedó grabada en nuestra memoria afectiva y gustativa aquella especialidad que nunca entenderé por qué la presentan como “la pizza japonesa”, si se parece más bien a una tortilla. Será por orgullo nacional…

De vuelta a Barcelona, quisimos volver a comer okonomiyaki pero cual fue nuestra sorpresa descubrir que no era tarea fácil dar con esta receta hasta que hace poco descubrimos un diminuto local del barrio de Gràcia (debe de haber cinco mesas en total) llamado Teppan Okonomi Restaurant cuya carta se basa en esta especialidad japonesa. Y la verdad es que sus okonomiyakison igual de buenos que en Japón.

Proponen unas ocho recetas diferentes, o bien al estilo de Osaka o al de Hiroshima (los ingredientes varían según un lugar u otro), como las describen aquí, que se degustan con la cerveza japonesa tradicional Sapporo. También cuentan con un menú de grupo que por unos 25 euros incluye un pica-pica con sushis, edamame, tataki de carne y, de segundo, unos okonomiyakis variados. Una delicia que descubrir, sí o sí.

Teppan Okonomi Restaurant

Calle Minerva, 6. Barcelona.

Teléfono: 655 118 370.

Precio medio: 20 euros.

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‘The show must go on’, cantaba Freddy Mercury. Y aquí, en el recién abierto restaurante El Mama y La Papa, en el corazón gastro del barrio de Sant Antoni, en el pasaje Calders, junto a Lando, siguen esta filosofía al pie de la letra: el ‘show’ es continuo. Si no hay una cantante dando el do de pecho, hay un trapecista, y si no, un ‘clown’. Una buena manera de amenizar una cena que ya por sí misma no está mal, ya que Álvaro Garces, que fue segundo de cocina del Loidi (hotel Condes de Barcelona, supervisado por Martín Berasategui), está al frente de los fogones.

El cocinero propone platos internacionales (Chile, Tailandia, Estados Unidos…) elaborados con productos locales. Una idea que se plasma en platos como los bun bao de pato (del Delta) y de marisco (con pulpo gallego, centollo…).

Todo en “tapas largas”, que dicen ellos: más que una tapa pero menos que una media ración. “Damos la vuelta al mundo en un bocado”. En realidad, en cuatro, que eso es lo que han calculado que se necesita para comer una tapa larga.

Bueno, también hay carnes y pescados a la brasa, y quesos afinados, y carritos de tartas del mundo. En fin, que hay donde elegir. En mi caso, probé ensaladilla rusa, matrimonio (boquerones y sardinas), bun bao de pato y de marisco, gambas (tiernas y con un tamaño y sabor XL) y un adictivo pulpo con causa limeña picante.

El Mama y La Papa, que no sé si llamarlo gastrocabaret (los números aliñan las cenas, y no al revés), se llama así porque quiere diferenciar el espacio y la propuesta más diurna, más de restaurante, de la más nocturna, con coctelería. Por el espíritu lúdico que transmite, me recuerda a Tickets, aunque el de Albert Adrià no tiene actuaciones.

Pero la verdad es que una vez allí, cenando, mientras te viene un cachas ofreciéndote golosinas, una pianista cantando y un payaso buscando a su amor platónico, te olvidas de los conceptos. Estás allí y disfrutas. Y punto. Del ‘show’ y de la comida, que para mí es lo más importante.

Los fines de semana, en El Mama y La Papa hay ‘brunchmut’, un ‘palabro’ que une lo mejor del brunch y del vermut, con un reclamo: un arroz que se hará cada media hora entre dos y cuatro de la tarde y que irá pasando de mesa en mesa (quien quiera lo tendrá que pagar, eso sí).

Entre la comida que ofrecerán (comienzan este finde) me cuentan que habrá un donut de king crab (cangrejo real). Me quedé con las ganas de verlo y probarlo. Yo fui la noche de este jueves, así que me tocará volver.

El Mama y La Papa

Pasaje Calders, 2. Barcelona.
Teléfono: 93 441 76 62.
Horarios: de lunes a jueves, de 17.00 a 3.00 horas; de viernes a domingo, de 12.00 a 3.00 horas.
Precio medio: 40 euros.

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Hay pocas cosas que duren 45 años y Bolívar es una de ellas… Brangelina no han durado ni una cuarta parte juntos y parecía que lo suyo era para toda la vida. Casi (medio) siglo es mucho tiempo y mantenerse vivo es tarea difícil. También pasa si eres un restaurante. Y más en Madrid, ciudad en la que todo pasa de manera vertiginosa. Y en Malasaña ya ni te cuento. ¿45 años? Con que un bar aguante cinco ya comienza a ser considerado un clásico.

Por eso tiene un mérito tremendo lo del restaurante Bolívar, que regenta en la calle Manuela Malasaña Ángel Losada, que heredó el negocio de sus padres. Efectivamente, Bolívar cumple 45 años, lo que quiere decir que nació a finales de los 70 y que habrá visto, de puertas para afuera (y quién sabe si se puertas para adentro) el fin de la dictadura, la transición, la movida de los 80, etc. y así hasta nuestros días.

¿Cuál es el secreto de su éxito (no nos olvidemos de que resistir y aguantar, al final, es triunfar? Pues sencilla y llanamente haber dado bien de comer durante este tiempo y haberse ganado una clientela fiel a la que seducen con sus recetas de temporada, donde brillan productos como las setas, a las que dedican unas jornadas todos los años.

Con motivo de su aniversario, nos acercamos a probar alguno de sus platos insignia y lo cierto es que les tienen bien cogido el punto. Las sardinas ahumadas con guacamole evidencian lo que comentábamos antes: siempre juegan con una materia prima excelente; es ésta una receta eterna, que siempre funciona y que seguiríamos probando dentro de otros 45 años. Lo mismo ocurre con el tartar de tomate raf: que se nota que la pieza no está elegida al azar.

Las vieiras asadas con un trocito de foie, una crema de coliflor aromatizada con trufa y gelatina de manzana son uno de esos platos elegantones, de restaurante de toda la vida pero que, en un barrio como Malasaña, cuesta encontrar. Bolívar es una anomalía en este entramado de calles, que, a veces, parece más atento a la próxima moda gastronómica que a dar bien de comer.

Los croquetones de langostino son resultones, pero no están entre lo más destacable. Ese lugar lo ocuparían el pulpo con mango y guacamole, sencillamente magnífico de punto; el atún con pimientos asados y jamón frito, un mar y montaña perfectamente ejecutado o el tataki de presa ibérica con balsámico, donde vuelve a asomar otro producto de calité. Y nosotros lo celebramos, claro.

En los postres, un rico sorbete de manzana verde con Calvados, donde la acidez de la fruta somete al alcohol y una trabajada crema de queso de frutos rojos. Un servicio cuidadoso y atento y un ambiente relajado e íntimo completan una experiencia que no convendría perder: la de comer en un restaurante de toda la vida, con un buen producto, una cocina bien hecha y un servicio atento. Y, sí, ya tenemos una recomendación clara cuando alguien venga a Malasaña y nos pregunte por un sitio “para comer bien”. Apuntaremos a Bolívar.

Restaurante Bolívar

Manuela Malasaña, 28. Teléfono: 914 45 12 74. Precio medio: 30 euros.

De lunes a sábado de 13.30 a 15.30 y de 20.30 a 23.30 horas.

Banda sonora. Bangles – Eternal flame

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Se llama La Porca y es un local del Poble-Sec que, probablemente de forma involuntaria, ha logrado un equilibrio perfecto entre bar de barrio y hípster que tan bien les sale a los madrileños y cuya técnica no acabamos de lograr aquí. Todo ello, gracias a una combinación muy acertada de bocadillos gourmet, algunas tapas muy bien seleccionadas y una carta escueta de cocina más casera imposible.

Tal vez sea la cercanía al Apolo y a locales de talante más noctámbulo como Psycho, Stereo o Hiroshima lo que da a La Porca ese halo modernete, que no está reñido con esos clientes que de repente se plantan en la barra, llaman “jefe” al camarero, piden “lo de siempre” y se trincan tres cañas antes de cenar.

Hay muchos motivos, muchísimos, para hacer una visita a La Porca, y aunque cada uno encontrará los suyos nosotros os enumeramos ocho.

1- La Porca es un local familiar, que no tiene detrás a ningún señor encorbatado de un macrogrupo empresarial. El local nace de la voluntad de Rubén León, la mitad de la web de deliciosas recetas Stomako, de tener su propio restaurante y poner en práctica todas esas virguerías que lleva años filmando. Para ello, convence a cinco amiguetes para que se conviertan en socios capitalistas de un local que destila ilusión, y decide que, en la cocina, dado que él va a encargarse fundamentalmente de la sala, sólo puede tener a la mejor entre las mejores. Y es así como descuelga el teléfono y llama a su madre, que pese a vivir en Murcia no tiene ningún problema en ponerse el delantal, plantarse en el corazón del Poble-Sec y dirigir los fogones de un local en el que madre e hijo demuestran que forman un tándem excepcional.

2- Tienen espacio para grupos. Cumples, celebraciones, aniversarios o, simplemente, ganas de estar en paz con los amigos… El reservado de La Porca, además de muy agradable, tiene salida a un patio monísimo y se pueden negociar menús personalizados. Pueden caber sin problemas hasta unas 30 personas.

3- Compran en Cal Garrigosa. Gran parte de la materia prima con que se elaboran los platos de temporada del mes en La Porca procede de un lugar del cual sólo podemos hablar maravillas: Cal Garrigosa, de Abrera, más Km 0 imposible, y que esconde un apellido legendario en el ámbito de la gastronomía en Catalunya: Sucarrats. No decimos más.

4- Su bocata de porchetta. El bocata de cerdo, que lleva el nombre de La Porca y es, sin duda, el principal reclamo de este local, es de los mejores de Barcelona y hará las delicias de los amantes de esta delicatessen. El cerdo se asa durante horas y se acompaña de pesto rojo, cebolla roja y reducción de vermú casero.

5- Una hamburguesa muy top. Pese a que son los bocatas, especialmente el de carne de cerdo, la especialidad de este local, la carta ha ido cambiando desde su apertura hace seis meses, en función del talante de los cocineros y los gustos de la clientela. Es por ello que acaban de incorporar recientemente una hamburguesa que ha resultado ser digna de pertenecer a cualquier top ten hamburguesero de la ciudad. De entraña, muy sabrosa y jugosa, alejada del cartón-piedra que nos venden en algunos establecimientos supuestamente especializados, se acompaña de cebolla caramelizada –exquisita–, queso, lechuga y tomate.

6- El pan. Todo el pan que se sirve en La Porca procede de Cloudstreet Bakery y Concept Pa. Flechazo inminente. Es una delicia.

7- La creatividad. Pese a que vamos a encontrar desde bravas a croquetas, en La Porca existe una vena creativa que se ve reflejada en una carta que cambia constantemente y que evidencia las ganas de experimentar del equipo. Un buen ejemplo es su tartar de fuet, sus mejillones con leche de coco o una burrata recién llegada de Can Luc, acompañamientos perfectos para cualquiera de sus bocadillos.

8- Su neón. Tiene un neón minimalista que le da mucho rollo al local, y está decorado con muy buen gusto, con una mezcla bien logrado de mobiliario reciclado y cosas nuevas que no chirrían. Quien haya visto el cuchitril que fue antes el local, con sus paredes pintadas de negro y ese aire de cueva que fascina a tantos restauradores, no podrá creer que ahora sea un establecimiento alegre, luminoso y fresco.

La Porca

Mata 16. Tel. 93 179 51 75
Horario: Martes y miércoles, de 19.30 a 23.15 h. Jueves, de 19.30 a 23.45. Sábado, de 13 a 16.30 h y de 19.30 a 23.45 h. Domingo, de 12 a 17 h. 

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Triunfa desde que abrió hace ya casi un año gracias a una fórmula infalible: tapas y platillos hechos con cariño a una excelente relación calidad-precio y un buen ambiente en en un espacio moderno y acogedor. Sin hacer mucho ruido ha sabido hacerse con una clientela joven que llena casi a diario. Así es Antúnez, el gastrobar de moda en Gràcia.

Detrás del Antúnez hay varios inversores, pero quienes están al frente son la cocinera Judit Vall-llosada y el gerente Álex Ruiz, llegados de la Costa Brava para encargarse del proyecto. El éxito del Antúnez no tiene secretos y no por eso tiene menos valor, que mira que a veces cuesta recomendar un sitio que no suponga un desembolso de más de 30 euros. La carta se divide en cuatro apartados: tapas de barra (ideales para acompañar el vermut: latas, gildas, embutidos…), tapas de cocina más elaboradas, “tortillología” (con los huevos como protagonistas absolutos) y platillos, amén de varios postres caseros y una selección de quesos que te cantan según la oferta del día.

Nada de creaciones extrañas o florituras innecesarias, Antúnez tira más por las recetas de toda la vida con acabados creativos y alguna que otra que no puede faltar en cualquier restaurante “moderniqui” que se precie: steak tartar, ceviche… Uno de los ‘hits’ más apreciados por la clientela del local es el canelón de pato con foie (3,90 €) y tampoco te equivocarás si apuestas por cualquiera de sus croquetas, crujientes por fuera y cremosas por dentro (ricas ricas las de cola de buey y setas, a 1,50 €/ud. y las de gorgonzola trufada con pera, a 1,70 €/ud.), o de sus tortillas hechas, por supuesto, al momento y muy melosas (ya sea la clásica de patatas, a 5,70 €, o una especial como la de bacalao, pimiento verde y ajos tiernos, a 9,50 €). No inventarán nada, pero cómo se agradece y qué bueno está todo.

Horario non-stop y un ambiente moderno pero sin pasarse de la ralla, hacen el resto.

Antúnez

Neptú, 18. Barcelona

Tel. 93 768 85 75

Precio medio: 20/25 €. Menú mediodía: 13,90 € (9,90 € un plato con bebida y postre)

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Aviso a navegantes gastronómicos. Quien busque un restaurante recogido, pequeñito, quien quiera comer ligero, que no vaya a Puerto Chico. Pero quien quiera disfrutar de un espacio amplio, decorado con gusto (esta vez me ha convencido el trabajo de Lázaro Rosa-Violán), quien quiera platos de esos de mojar pan, que vaya al restaurante Puerto Chico, de los creadores de Boca Grande.

Tiene 500 metros cuadrados, aires andaluces por aquí y por allá, carteles de inspiración cañí y viejuna, una enorme y espectacular barra en la entrada y un salón aún más enorme al fondo, con una mesa infinita y un aroma a bodega jerezana creada por un británico, chimeneas incluidas.

En la barra, el producto a la vista. Embutidos, conservas, ahumados, hogazas de pan (¡qué hogazas, señoras y señores!). Y en la cocina, comida de toda la vida. Dentro de unos días, se podrá pedir supervinos tipo Vega Sicilia y Petrus a copas. ¡Jarrl! Allí me senté a comer.

En mi visita a Puerto Chico, probé un salpicón de bogavante muy suave, unas patatas bravas con allioli muy agradables pero poco picantes y, lo que para mí fue el mejor plato: unos huevos rotos con sobrasada de Mallorca y miel (el embutido es del artesano Xesc Reina, de quien hablamos en su día aquí) que te dejan un sabor largo en el paladar y al mismo tiempo te hacen sentir culpable mientras te relames con el sabor del cerdo, del huevo, del aceite… ¡Vivan las calorías!

Seguí con la brocheta de jabalí aliñada con perejil y reducción de carne, muy tierna y que me recordó a la carne adobada. Platillos así podrían acabar con la superpoblación de jabalís; porque estoy convencido de que si hubiera más restaurantes que la sirvieran así, de tan buena que es la gente la pediría a mansalva.

Más calorías: el cochinillo de Segovia cocinado al vapor durante 12 horas y pasado luego por el horno Josper para que tenga en punto crujiente por fuera. Se deshace en la boca y tiene aroma de tomillo. Rico, sí.

Y de postre, para ‘bajar’ la comida, un helado de limón (me gustó pero dicen que aún es mejor el de pistacho, uno de los superventas de Puerto Chico).

Como veis, aquí no se viene a hacer dieta. Si queréis mantener la figura, id a otro sitio.

Puerto Chico

Avenida Diagonal, 405. Barcelona.
Teléfono : 93 782 14 94.
Horarios: abierto cada día de 13.00 a 1.00 horas.
Precio medio: 30 euros.

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Hoy os escribo de un restaurante que me ha encantado. Iluzione. Apuntadlo bien. A ver, no es un gastronómico que aspire a una estrella Michelin. Y no es un concepto nuevo-nuevísimo, pero me gustó mucho porque no se complica la vida y lo que hace lo hace muy bien: cocina italiana con aires neoyorquinos en la ‘concept store’ (o sea, tienda de muebles y decoración) Luzio.

Ellos dicen que son como un gastrobar italiano de Brooklyn. Bueno, ya es un poco eso. Sinceramente, me gustaría que se convirtiera en el restaurante de moda de la zona alta.

La idea de ubicar el restaurante en una tienda de muebles me recuerda a la de Jaime Beriestain. Pero en el caso que nos ocupa, ofreciendo gastronomía italiana que va más allá de pizza y pasta, con un producto excelente, platos elaborados al momento y en un ambiente íntimo, de luces tenues y música tranquila tipo Norah Jones.

Y cuando no es hora de comer, es hora de merendar: si pides una bebida alcohólica de 17.30 a 20.30 te sirven una tapa italiana (mortadela, queso…). Por no hablar de los cócteles. Mola, ¿no?

Decía que es comida italiana, y no engaña. Ya desde la cerveza, Peroni, bien tirada, los grisini y la focaccia casera, y la mortadela artesana ‘high level’ importada del país transalpino con la que comencé a abrir el apetito y casi lo sacio, pues tenía un sabor delicadísimo y un corte fino ideal para disfrutarlo.

Luego seguí con el carpaccio de corvina y burrata que me sorprendió por el uso del queso pero debo reconocer que la combinación, aliñada con botarga (con huevas deshidratadas de múgil) y sal negra de volcán, es imbatible. De los mejores carpaccios de pescado que he probado jamás. Palabra.

Ya veis, producto, producto, producto del bueno, y recetas sencillas, directas. Y con raciones abundantes, casi como en EEUU. Funciona. Como la ensalada de burrata con rúcula y tomate que sale de una coctelera donde se agitan tres tipos de tomate con aceite, vinagre y sal.

Y recetas clásicas, acaso con un toque distinto, como la parmiggiana melanzane ‘chic’, con 125 gramos burrata por encima. Una delicia de sabores y contraste entre el frío de la burrata y el caliente de la parmigiana. ¿Me dais la receta, por favor?

Para acabar, un pastrami (habíamos dicho que Ilusione tenía aire ‘new yorker’) con un generoso corte de carne de 200 gramos (una cantidad nunca vista en Barcelona) aliñado con una salsa con huevo, aceite, pepinillo, tomate, col, mostaza y vinagre. Y todo ello, con el pan de focaccia que hacen ellos. Brutal. Si pudiera me lo pediría para llevar.

Al cheesecake con fresas le hice la foto y poco más que una cucharada para certificar que está en la línea de Iluzione. O sea, impecable.

Iluzione

Calle Ferran Agulló, 16-18. Barcelona.
Teléfono: 93 541 88 56.
Horarios: de lunes a sábado, de 13.00 a 00.00 horas.
Precio medio: 25-30 euros.

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¿Taller de bici o nave espacial? Eso se pregunta uno cuando entra en Nobook, un local de aire industrial, con mobiliario hecho con materiales reciclados de aquí y de allá cuyo equipo de cocina y sala luce, a modo de uniforme, un mono de trabajo naranja chillón.

Ese atuendo, el ritmo frenético de los cocineros que trabajan a la vista del comensal y el deslumbrante naranja del interiorismo te descolocan totalmente. Llegas, ves y te preguntas de qué va esta película, si estás ante una de estas enésimas pseudo-crazy-innovaciones en materia de restauración.

Entonces empieza a probar los platos de la carta y, tal cual, arranca el festival. Son 15 platos con opción a maridaje con 15 cócteles. Nada más y nada menos. Ni café, ni postre, ni primeros, segundos o terceros. ¿Por qué? Estamos en un restaurante que, a pesar de ciertos cánones tradicionales (se come sentado en la mesa), rinde tributo a la comida callejera, y para vivir, sentir y descubrir de verdad este modelo culinario, había que ir al grano y apostar por la sencillez, el minimalismo radical. Valores que, sin embargo, no caracterizan la estética y la preparación de los platos. Porque en este sentido, estamos en un restaurante de altos vuelos. Una de las más gratas sorpresas de los últimos meses en Barcelona.

La mayoría de los platos se sirven para ser compartidos. Aunque algunos te dejan tan prendado que no le darías ni un sorbo, ni un bocado, a tu compañero de mesa. Lo quieres ‘tó pa ti’. Es el caso de la sopa del amor (Love Soup, en la carta), que más que poderes afrodisiacos es ella misma la que enamora el paladar con su sabor potente y picante a marisco, coco, cilantro y jengibre, y sus dumpling de gamba y lima keffir. Mucho nivel y amor gastro eterno garantizado.

También nos han conquistado platos como Abrakadabra Abriendo la Lata (makis de salmón con algas, rábanos, brotes, flores y salsas variadas presentados en una lata de conserva de metal), el gofre de rabo de buey, el bao de pato al estilo Pekín y el pescado crujiente cortadito y frito servido en el mismo cuerpo del pez (te puedes comer sus espinas).

A estas alturas ya habréis pillado que el homenaje al ‘street food’ toma una dimensión internacional. Hay recetas de inspiración thai, japonesa, peruana, mexicana, británica, india y norteamericana. Tampoco han pasado por alto nuestro país, con la presencia de huevos estrellados a la sartén con chistorra, kimchi, perejil y patatas fritas, y nuestra tortilla de patatas nacional, a la que añade pulpo a la brasa, crema de kalbi, gochu jang, berros y brotes tiernos. ¡Ñam! Por todo ello y más, Nobook es el nuevo restaurante al que hay que ir, sí o sí.

Precio medio: 40 euros

Nobook

Carrer de Provença, 310 Bis, Barcelona

www.nobook.es

No hay teléfono, no tiene mail y no hacen reservas

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Que levante la mano quién de vosotros ha estado comiendo en algún restaurante de las Ramblas en los últimos dos meses. Mmmm, veo pocos brazos en alto… Normal, la oferta es mala, para turistas con mucha hambre y muy poco criterio. Así que entre guiris y paellas de un color amarillo radioactivo, mejor no acercarse mucho por ahí. Pero hay excepciones a la norma, y una de ellas es La Cuina del Moja, en el Palau Moja. Estuve ahí el otro día.

Para que os situéis, se trata del palacete con pórticos que hace esquina con Portaferrissa en el que se ubica la oficina de Turismo de la Generalitat y una tienda de souvenirs sin toreros ni sevillanas (otro pequeño milagro en esa zona). 

Mientras probaba sus platos de cocina catalana, me puse en la piel de los turistas que estaban allí sentados. Si yo fuera ellos, celebraría la suerte de haber caído allí, donde sirven platos con cara y ojos a unos precios normales.

El menú de mediodía laborable cuesta 13,4 euros. ¡En plenas Ramblas! Pero, ¿esta gente de La Cuina del Moja se ha vuelto loca? ¿Dónde va con precios tan dignos en una zona donde te llegan a cobrar seis, siete, ocho pavos por una cerveza?

Total, que miré la carta y vi que sí, que hacen una cocina catalana ligera, nada pesada. Pero algún guiño internacional hay, acaso para contentar al guiri que pasa del bacalao con samfaina. ¡Pues mal hecho, porque ese bacalao se merece venir de Moscú para ser zampado! Suave, meloso, rico, rico.

Antes ataqué otros platos, como los bombones de salmón ahumado rellenos de queso cremoso y salsa de yogur, que son menos contundentes de lo que parecen; un picante ceviche de corvina con aguacate y cebolla morada que me pareció demasiado ácido para mi gusto; un amable y aromático humus con crudités de verduras; unas patatas bravas muy poco bravas, y un carpaccio de ternera con crema de queso parmesano, rúcula y alcaparras que le daban carácter.

La ensalada de judías de Santa Pau con bacalao y salsa romesco, el bacalao que os comentaba antes y la patata enmascarada con butifarra del perol y huevo poché (contundente y con el picante justo) fueron los mejores platos que probé.

Me sorprendió saber que hacen música en directo por las noches y que viernes y sábados sirven un menú por 24,5 euros. Así que ya tardamos en hacer un post como el que hizo Isabel Loscertales en su día sobre restaurantes más que dignos cerca de la plaza de Catalunya. En este caso, de las Ramblas. Ya os lo avanzo ahora: si lo hacemos, La Cuina del Moja saldrá seguro.

La Cuina del Moja

Las Ramblas, 118. Barcelona.
Teléfono: 609 140 118.
Horario: de lunes a jueves, de 8.00 a 00 horas (viernes y sábados, hasta la 1.00); domingos, de 12.00 a 00.00 horas.
Precio medio: 20 euros (hay menú de mediodia laborable por 13,4).

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Son muchas las iniciativas solidarias que cuentan con el apoyo de los chefs y del sector de la restauración en general. Y bienvenido sea. Una de ellas es la Restaurant Week que, por segundo año consecutivo, se celebra en Barcelona hasta el próximo 6 de noviembre.

En esta nueva edición se han sumado al evento 70 grandes restaurantes que ofrecen un menú de lujo, a un precio asequible de 25 euros. Por cada menú consumido 1 euros será donado al programa de apoyo a la infancia y sus familias en situación de pobreza y riesgo de exclusión que impulsa la ONG Ayuda en Acción. Esta organización se centra en facilitar actividades extraescolares y de innovación educativa, becas de alimentación y educación, y material escolar para fomentar la igualdad de oportunidades.

Además de esta contribución solidaria, la Restaurant Week, organizada por la plataforma de reservas El Tenedor, permite acercar la alta gastronomía a un público más amplio ya que los gourmets tendrán la oportunidad de probar las creaciones de grandes chefs a un precio más económico que el habitual. Oaxaca, Arola, Indochine Ly Leap, Nectari, FOgO&BotecoFOgO, Spoonik, Roma 2009, BistrEAU by Ángel León y Angle by Jordi Cruz son solo algunos de los establecimientos que participan en esta edición que también ha tenido lugar en Madrid, Valencia y otras ciudades de todo el mundo.

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Hacía tiempo, unos cuantos años ya, cinco o seis, que no me dejaba caer por Café Kafka. Desde que abrieron el restaurante y la calle Fusina aún no era peatonal. El otro día pasé por ahí y entré.

Y al meterme ahí dentro y ver la barra de aires vintage, como si llevara tooooooda la vida allí, al ver las lámparas multicolores, las sillas diferentes y el espacio cálido y diáfano, recordé que aquella primera vez estuvo bien. Y que su atmósfera encajaba con el barrio en el que está, el Born. Era 100% Born, vaya. Pero, ¿y ahora?

Pues ya os lo avanzo. Sigue igual, o sea, bien. Café Kafka Sigue siendo aquel bistrot agradable, luminoso, donde te envuelve buen música mientras comes platos un poco viajados, como el tiradito de pulpo y el ceviche de corvina, y platos algo más de por aquí, como el salteado de setas de temporada con huevo o el estofado de rabo de toro.

Acaso la diferencia es que cuando vas al lavabo descubres un pasillo con neones que conecta con el restaurante Bananas, abierto hace casi dos años, y que es propiedad de los mismos dueños que Café Kafka, con el que comparte cocina.

Los platos que probé, fueran de donde fueran, siempre lucían un aire fresco, o distinto, o divertido, o desenfadado. Sin inventar nada. Veamos.

Comencé más que bien: con unas ostras fresquísimas, de esas que te dejan un sabor largo en la boca incluso al acabar una comida con muchos platos. Un buen bistrot siempre debe tener buenas ostras, y aquí no fallan.

Seguí con otro ‘hit’ de la casa, un tiradito de pulpo con mango y emulsión de jengibre y maracuyá. Muy fresco, muy aromático, muy suave, muy colorido, muy divertido, muy… Café Kafka, porque en realidad más que un plato es una declaración de intenciones sobre lo que hace y transmite este local.

El ceviche de corvina me pareció muy equilibrado, sin el exceso de acidez del que abusan en otros sitios. Lleva un toque de hinojo, naranja y lima, además de ají amarillo y pimienta, todo en su justa medida. Rico.

El wanton de pato laqueado con melaza de soja a modo de salsa teriyaki me pareció un poco salado (acaso por exceso de soja en la salsa). Sirven cuatro unidades en sendas cestitas de pasta brick; pueden parecer pocas pero os aseguro que con un par te quedas lleno fácilmente.

Los chips de alcachofa vienen con una salsa de mostaza en grano. Tanto las chips como la salsa estaban buenas, pero juntas me parecieron demasiado pesadas: la fritura, la mayonesa…

Y aún tuve tiempo para echar un mordisco a dos platos de carne de los de toda la vida: el tierno y esponjoso codillo estofado y glaseado con alcachofas y setas, y el dulzón carré de cordero lechal marinado en cerveza durante 12 horas y glaseado con miel y romero.

Un cheese cake con maracuyá puso punto final a mi regreso a aquellos primeros días de Café Kafka.

Café Kafka

Calle Fusina, 7. Barcelona.
Teléfono: 93 315 17 76.
Horarios: De martes a sábados, de 13.00 a 16.00 y de 20.00 a 00.00 horas; domingo, de 13..00 a 17.00 horas.
Precio medio: 35 euros (hay menú de mediodía laborable por 14).

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La reciente inauguración de Comolocas ha sido una grata sorpresa para todos aquellos que buscaban un local todoterreno en Sant Gervasi, al que llevar tanto a los niños como al abuelo, al cuñado hípster y a la tieta, con la certeza de que van a encontrar siempre platos que les gustan, van a salir contentos, van a disfrutar de un producto de calidad y no van a gastarse la semanada.

Este local agradable y funcional acaba de abrir sus puertas justo donde antes encontrábamos la hamburguesería Peggy Sue, y han sido las anteriores encargadas del local, Pilar y Lourdes, las que ahora están al frente de un Comolocas cuyo nombre, aseguran, refleja como ninguno el estado mental de la inmensa mayoría de mujeres de hoy en día. Lo que no significa, ojo, que los hombres no sean bienvenidos, ya que pese al nombre en clave femenina las propietarias son perfectamente conscientes de que hay mucho loco también por ahí suelto, que vendería su alma al diablo por una hamburguesa de calidad, una cervecita y un rato de paz.

“Nuestra intención es hacer una cocina honesta con muy buen producto”, afirma Pilar, al frente de los fogones. Buena prueba de ello es su foie con mermelada casera (el sabor puede cambiar en función del día. Nosotros probamos la de tomate, y chapeau), la cual, como buena parte del producto del restaurante, se adquieren a pequeños productores. O sus croquetas caseras, que pueden ser de butifarra y manzana, de ibérico y, ahora, de ceps. Los tequefingers, nos cuenta Pilar, están siendo la tapa revelación de la temporada, y es que es difícil resistirse a unos rollos de queso con diferentes salsas (nosotros probamos una de mango), ideales para abrir el apetito.

Y aunque es plenamente consciente de que las hamburguesas son el producto estrella, la obsesión de Pilar es ofrecer, alrededor de este producto, una serie de tapas y platos que no sólo complementen, sino que sustituyan incluso a sus preciadas burgers para todos aquellos que no sean especialmente carnívoros. Todo ello, siempre con unos estándares de calidad elevados, sin perder de vista que estamos en un restaurante sencillo y familiar pero que eso, pese a que muchos a menudo lo olviden, no tiene que ser sinónimo de descuidar ni un ápice nada que salga de la cocina.

Pero lo cierto es que es muy complicado eclipsar a una carta de hamburguesas muy muy top, que nada tiene que envidiar a los grandes locales hamburgueseros de referencia en la ciudad. Una carne melosa y gustosa toma forma de los más diversos platos, que pueden ser desde la aclamada Rib Burger, con carne de costilla y salsa barbacoa; o la de rúcula, parmesano y aceite de trufa blanca; sin olvidar una deliciosa cuatro quesos.

Todas ellas superan con creces la prueba del algodón hamburguesero, que comienza, claro, por fijarnos en la textura de las carnes y sigue con las patatas –caseras, deliciosas, crujientes por fuera y blanditas por dentro, como tienen que ser– y el pan –buenísimo, que hará las delicias de los amantes del brioche. Las croquetas también suelen ser parte de la prueba de fuego para saber si un restaurante es bueno, y la superan sin problemas: están muy ricas.

También encontramos ensaladas y platos menos calóricos, como es la pechuga de pollo a la plancha acompañada de brotes tiernos, muy demandada entre todos aquellos trabajadores de la zona que han hecho de Comolocas su restaurante de referencia.

Los postres están a la altura del resto de la carta, y demuestran el pulso del equipo de Comolocas. Todas las propuestas proceden de Pastelería Tartela, son caseras 100% y desmienten aquello de que los postres suelen ser la asignatura pendiente de los restaurantes españoles. Desde el merengue de limón a una coca de Llavaneres, o un pastel de varios chocolates, son algunas de las propuestas dulces que cerrarán el ágape en Comolocas, en cuya juke box, además, podremos ir poniéndonos algún tema en función de los ánimos que nos haya ido dejando el festín.

En sala, Lourdes tiene clarísima su máxima: nada de locales impersonales con camareros medio malencarados. “Entendemos que la gente viene a Comolocas para sentirse como en casa, y nuestra misión es lograrlo. Aquí estamos por ellos y les cuidamos, porque nuestros clientes son más que clientes”, explica. Y la verdad es que da gusto. Porque sales contenta de Comolocas, con la alegría de haber encontrado ese restaurante sencillo, de precios moderados y de buena calidad que hacía mucha falta en un barrio cuya oferta, pese a alguna grata sorpresa, sigue siendo irregular. Y todo ello, habiéndote gastado 15 euros.

Comolocas

Travessera de Gràcia, 35.
Horario: lunes y martes, de 13.30 a 16.00 h y de 19.30 a 00.00 h; de miércoles a domingo de 13.30 a 00.30 h.

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Hace unos meses había oído hablar de un restaurante en una comunidad de vecinos, pero me pareció algo raro. Pero, movido por la curiosidad, di con el local que no es clandestino, pero casi. ¿A alguien de vosotros le suena? Se llama Club F y lleva unos cuatro años en marcha. Está en la zona alta de Barcelona, por encima de la Diagonal a la altura de El Corte Inglés. 

Últimamente parece que descubro sitios distintos. La Cuina del Moja, en un palacete de 1784 en las Ramblas; Iluzione, en una tienda de muebles y decoración; el gastrocabaret El Mama y la Papa… Incluso Nobook, que visité con Laia Zieger (el post lo escribió ella y yo lo disfruté y lo publiqué en On Barcelona, de El Periódico de Catalunya). 

Y Club F, sin tener una propuesta gastronómica deslumbrante, me gustó por lo que os decía al principio: ocupa los bajos de una finca de vecinos y es un espacio de lo más agradable.

Entras por la terraza, que da a una piscina y un jardín comunitario, y ya en el interior te parece que has entrado en el salón de cualquiera de las viviendas de esa zona. Miras al suelo, ves ese parquet de madera maciza de rancio abolengo… y ya sabes donde has puesto los pies.

Pero ojo, que aunque se llame Club F, aunque esté medio escondido en una calle sin salida y dentro de un edificio privado, no es un club. Está abierto al público general.

Un lugar tranquilo, discreto, señorial, con dos pisos, donde disfrutar de una propuesta gastronómica sencilla y reconocible, ya sea en el menú de mediodía laborable (16,5 euros) como en la carta. Inventos, ninguno. Aquí van a lo seguro, porque ese público lo quiere así. Lo saben bien sus responsables, que llevan el legendario Sandor de la plaza Francesc Macià.

Platos mediterráneos con aires italianos sin complicaciones pero elaborados con buen producto y sin fallos. Como esas croquetas crujientes por fuera y densas pastosas por fuera y esas láminas de alcachofas fritas y esos divertidos y apetitosos rollitos de carne y verdura que vienen acompañados con una salsa agridulce de vicio para mojar y mojar.

A la ensaladilla rusa, compacta y sabrosa le echaría unas alcaparras para que ganaran carácter, aunque con el pan de coca con tomate le va de maravilla. El risotto de gorgonzola me pareció impecable, con un sabor fuerte sin ser agresivo y de largo recorrido. Los tacos de solomillo, con patatas fritas caseras, correctos.

No probé los postres caseros, y eso que me tentaron con flan, arroz con leche, pastel de queso, pastel de limón, manzana al horno… 

Club F

Calle Francesc Carbonell, 26 (jardín interior). Barcelona.
Teléfono: 93 203 97 15.
Horarios: de martes a domingos, de 13.30 a 15.30 y de 20.30 a 23.00 horas; jueves, viernes y sábados, de 20.30 a 23.00.
Precio medio: 25 euros (hay un menú de mediodía laborable de 16,5 euros; 25 euros los fines de semana).

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Esta semana volví a Semon. Mientras me acercaba al número 31 de la calle Ganduxer de Barcelona intentaba recordar la última vez que tuve contacto con esta empresa especializada en alimentación selecta y referente en la historia de la gastronomía española. Hacía un lustro. Cinco años ya desde que abrieron un pequeño restaurante japonés en las inmediaciones de la casa madre siguiendo la tendencia del momento. Y después, el frío y el invierno. Una diversificación excesiva unida a los nuevos aires de los nuevos tiempos provocaron que su imagen, otrora deslumbrante, dejase de brillar.

Esta semana volví a Semon con ganas de conocer a los antiguos empleados de la empresa que creó Maria Vidal en 1962 quienes, hace año y medio, y tras ganar un concurso de acreedores, adquieron el negocio con la intención de recuperar el prestigio perdido. Antes de sentarme a comer confirmé mis sospechas, no podía estar en mejores manos.

Paulino y Pedro Robles, sus actuales propietarios, ya corrían por la casa antes de cumplir la mayoría de edad y viven esta nueva etapa como un sueño. “Ser los dueños de Semon es el summum para nosotros”, confiesan. “Nuestra formación personal y profesional siempre ha estado vinculada a la empresa y cuando se hundió nos vimos muy capaces de hacer que volviese a funcionar, por capacidad y conocimiento del negocio”.

Paulino Robles llegó a ser el máximo responsable de la empresa y Pedro Robles fue el encargado de la apertura de Semon en Madrid. Su vinculo con ella terminó hace más de una década y crearon un negocio similar que aún regentan, La Despensa de Laforja, en la calle barcelona de la que toma su nombre.

No necesitaban volver, pero lo han hecho porque aman el oficio y a esta casa, su casa. “Queremos recuperar la esencia del negocio, ofrecer al cliente el mejor producto y el mejor servicio con un toque más actual para recuperar la confianza perdida. Queremos llegar a las nuevas generaciones por eso nos hemos rodeado también de gente muy joven que rema con nosotros. Somos conscientes de que nos queda mucho por hacer, pero estamos recibiendo mucho cariño”, explican.

En este equipo destaca José Sansano, el jefe de cocina y otro antiguo empleado formado en el Bar Central del Mercado de La Boqueria “donde di de comer a todos los chefs de la ciudad” y en la Escuela de Hostelería Hofmann de Barcelona.

Su respeto por el producto y su gusto por la tradición se nota en platos como la ensalada tibia de perdiz y robellones en escabeche, la coca de bogavante con escalivada y aceite de argán, el trinxat de la Cerdanya y la tortilla de bacalao, propuestas que ofrecen en el restaurante L’Indret, mediodía y noche, en formato menú o a la carta, junto a una sensacional selección de quesos artesanos, postres y repostería casera.

Recuperar antiguos proveedores, trabajar con pequeños productores o crecer a nivel de catering y de servicio a domicilio son tres de los objetivos que se han marcado los Robles. De momento ya ofrecen un trato excelente y un horario ampliado para devolver a Semon el esplendor de sus mejores años. Tiempo al tiempo.

Semon
Ganduxer, 31. Barcelona
Tel. 932 403 092
Precio menú diario: 21€ (bebida y café no incluidos)
Horario: de lunes a domingo, de 9 a 21h. Fines de semana hasta las 24h.
www.semon.es

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