Será la casualidad (no creo que sea una moda del interiorismo gastronómico, o sí, ¡yo qué sé!), pero los dos últimos restaurantes que he visitado son lo más parecido a una casa particular donde ir a comer. Hace una semana estuve en El Mercader de L’Eixample, tan señorial por fuera y tan pequeñito por dentro, tan slow food y tan rica su carta, y ahora os hablo de Raffaelli, cerca de Diagonal, Via Augusta y la plaza Gala Placídia.
Lo llevan Greta y Gioia, dos hermanas italianísimas que sí, que te hacen sentir como en casa desde que abrieron, hace poco más de medio año. Porque el trato que te dispensan es tan cordial como sus platos de toda la vida. Italianos, claro. Con algún toque moderno, como los dados de salmón a baja temperatura, pero siempre con la vista puesta a su recetario más clásico (pappardelle con ragú es un buen ejemplo).
Te sientes como en casa porque Raffaelli, pequeño pero bien aprovechado con tres espacios (a la entrada aparece la barra y unas mesas, bajas dos escalones y estás en otra zona más íntima, y encima de todo hay un altillo que hace de privado con vistas a la sala) y decorado como si fuera el salón de cualquier casa. Elegancia clásica y agradable. Gioia, la jefa de sala, me ofreció como aperitivo un huevo de codorniz rebozado con pan rallado y avellana. Ñam. Seguí con una ensalada de espárragos, cremoso de huevo, virutas queso parmesano y sabayón de naranja.
Llegó entonces el plato que más me gustó de Raffaelli: el salmón mi-cuit hecho a baja temperatura con crema de berros y verduras en escabeche. Con esta cocción, el salmón no solo se derrite en la boca (esa es una de las ventajas de esta técnica, que hace melosa cualquier carne, por dura que sea) sino que le quita toda la grasa. Con la pimienta y la sal maldon, Bruna, la cocinera, remata el plato con chispa.
También estuvo bien el pappardelle con ragú toscano, queso pecorino y mejorana, clásico y agradable como la decoración. El ragú, me contó Bruna, sigue la receta de la abuela, y necesita cinco horas de preparación “piano, piano”.
La tagliata de ternera venía con una mantequilla de París y patatas al horno y, atención, aroma de campo, que no era más que un botecito donde ardían ramas de tomillo, romero, salvia y mejorana que te recordaban el campo donde pastaba la ternera antes de acabar en el plato de Raffaelli.
Los postres son caseros (buena panacotta, no probé el tiramisú porque estaba lleno pero Gioia me juró que les salía de maravilla) y los vinos, como el café, son italianos. “Ese café es de mi pueblo”. Lo probé y lo confirmé: qué envidia de los italianos y los cafés de sus pueblos…
Raffaelli
Calle Luis Antúnez, 11. Barcelona.
Teléfono: 930 110 149 y 652 560 729.
Horarios: de lunes a sábados, de 13.00 a 16.00 y de 20.00 a 00.00 horas; domingo, de 13.00 a.
Precio medio: 35 euros. Los mediodías laborables se puede escoger un plato de la carta que va acompañado por el mismo precio de bebida y café.